Me dirigí a el cuarto de mis padres como cada mañana a buscar la báscula, y me pesé, como siempre. Nada ha cambiado. El hambre no ha valido la pena. Las calorias que no como durante el día, en la noche entran en forma de alcohol o dulces. Puta obsesión.
Odio estar marcada por un número. Odio tener que odiar cada cosa que entra a mi boca. Odio no poder quererme y el hecho de que esto haga que me odie más.
El desayuno fue lo peor: harinas fritas. Carbohidratos simples que aparte traen mucho colesterol negativo. Buñuelos. Ugh.
Saludo a Francisco con un mensaje. Me responde, y damos paso a una conversación trivial. Se supone que es mi "novio", pero ambos sabemos que es un engaño. Sé que él ya no me soporta. Él sabe que le pongo los cuernos. Ninguno de los dos tiene las gónadas para decirle al otro que debemos terminar. Me habla Gabriel, y me pregunta si quiero salir esta noche...
Le digo que no puedo. No quiero fumar hoy, me duele la garganta un poco. Aparte, tengo una fiesta más tarde.
Ayer le había pedido a Francisco que viniera conmigo. Me dijo que no. A él no le gusta eso. Le rogué que viniera conmigo. Me dijo que no de nuevo. Me di por vencida. Con él, no hay forma de discutir.
Esta noche es mi última noche antes de entrar a clases, por eso es especial. Es mi último año, y definirá qué va a ser de mi futuro. Estoy parada frente a una puerta que muchos fallan en cruzar, y va siendo mi turno de saltar o quedarme atrás.
Tengo miedo, sí, tal vez demasiado, pero no puedo dejar que me domine. Tengo que balancear mis pesadillas y mis sueños. Mis aspiraciones y mis tendencias al fracaso. Tengo que dar el paso que me exponga a la vida, por fin. La puerta se abre, va siendo mi turno, debo confiar y... saltar...
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