Yo estudiaba en un colegio de monjas, y, como era lógico, mis padres eran tan católicos como ellas.
No digo que mis padres no pensaran, no. Ellos encuentran una fortaleza reconfortante en sus creencias que realmente nunca llegaré a compartir.
En fin, era un día de clase y estábamos en religión, en un pequeño círculo. Yo leía mucho, y a decir verdad, me gustaba mucho la Biblia. De hecho, hoy en día es para mí una lectura muy entretenida. Por esto, siempre estaba llena de datos curiosos y preguntas que a la profesora le encantaban. Estábamos hablando del eterno castigo y de la eterna recompensa. Del cielo y el infierno. De la perpetua lucha entre el mal y el bien.
En esas, pregunté "y si no hubiera infierno, ¿qué pasaría con las almas de la gente mala?" Mi profesora improvisó de inmediato una respuesta que pensó me satisfacía, pero no fue así. No recuerdo bien qué me dijo, pero me llevó a preguntarle "¿Y si realmente no tenemos alma? No digo que no la tengamos, pero, ¿y si realmente lo que tenemos es el momento de ahora, mientras vivimos? ¿Qué nos separa realmente de los animales? Ambos somos capaces de querer y de distinguir entre el bien y el mal, una vez aprendemos."
La profesora me miró exasperada y me dijo que no tenía porqué estar dudando de la palabra de Dios, ya que era la verdad y el camino. Para mi, este fue la primera vez que vislumbré el pensamiento individual.
Por eso, hasta el día de hoy dudo hasta de un sí o un no. Creo que a esta maestra, le debo mi desconfianza en el hombre. No sabría ahora realmente si agradecerle o no...